Gigamesh y el prefijo del juego

Cesc parece desubicado. Lleva unos 25 años dedicándose al mundo del juego, aconsejando a los ludomaníacos detrás de un mostrador y ejerciendo su condición de jugón. La nueva Gigamesh, el establecimiento dedicado a la literatura fantástica más grande de Europa y una de las tiendas de juegos con más renombre de Barcelona, abrió sus puertas hace menos de una semana y representa la unión de un matrimonio que se separó hace años para crecer y descubrir cosas nuevas, y que ahora que ya ha crecido vuelve a juntarse: juegos y literatura fantástica. Todo empezó en los años 80 con un espacio dedicado a la literatura fantástica, donde poco a poco el auge del Wargame y las cartas Magic fue poblando estantes hasta que ya no se cabía, y los dos negocios tuvieron que separarse. Ahora, al cabo de unos años, todo el género se ha reencontrado bajo un mismo nombre y un espacio común. Gigamesh tiene dos kilómetros lineales de estanterías dedicadas a la ciencia ficción y los juegos, y su nacimiento es una muestra de la buena salud de la que goza el género fantástico y el mundo del juego en Barcelona. Este local enorme es donde se mueve Cesc Berruezo, con un poco de nerviosismo y tensión, ya que se está adaptando a ese nuevo hábitat que ha aumentado exponencialmente en metros cuadrados y al cual no está acostumbrado aún.

Los juegos representan, aproximadamente, un tercio del total de la tienda. Cesc, responsable de esa sección, cuenta que cuando tenían el producto de Gigamesh dividido en distintos establecimientos, su espacio era equivalente al que hay en la nueva tienga para los Wargames. Según cuenta, han pasado “de estar con la papelera entre las piernas a un espacio enorme”.

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Los Wargames son, precisamente, el tipo de juegos que más ha decaído en las listas de ventas. La dosis de belicismo lúdico se consume mayoritariamente en forma de videojuego, con propuestas como el Black Ops o el Call of Duty. A través del online las consolas han solucionado el problema de interacción que negaba la pantalla, y con un micrófono incorporado, las partidas de guerra se han convertido en un acontecimiento social que es punto de encuentro de muchos grupos de amigos. El Wargame tradicional del cara a cara se está sustituyendo progresivamente por los mandos a distancia y las televisiones de plasma.

Los nichos de mercado, según me cuenta Cesc mientras camina y ordena por los pasillos de los juegos, están cambiando. Poco a poco hay juegos que se están abriendo paso entre un público más familiar, o en círculos sociales como los scouts o los centros cívicos. Lo que triunfa en estos entornos son los packs de menos de un palmo con distintas propuestas y que valen unos 20 euros. El Times Up o el Jungle Speed tienen gran acogida entre ese público, que también se ha aficionado a juegos donde la estrategia no es tan importante, y que tienen un componente en el que el tú a tú es decisivo, como el Dixit. El Dixit es un juego que pone a prueba el conocimiento que se tiene sobre los compañeros de juego, en el que hay que engañar y sincerarse a partes iguales para evitar la unanimidad de opiniones entre el resto de jugadores. Jugar a la ambigüedad en base a una serie de cartas que incitan a tener las imaginaciones más estrafalarias y rocambolescas. Cuesta 30 euros y tiene distintas ampliaciones que se adquieren por 19,95. Para ilustrarme ese nuevo género de jugones me señala con el dedo una pareja de 60 años que merodea por los pasillos de la tienda. “Mira, éstos en la tienda antigua no habrían entrado ni en broma. Pero ahora, como hemos ampliado el abanico de juegos y la oferta, hay más gente que se acerca. Eso está bien”. Otros juegos clásicos y de gran público se siguen manteniendo en la oferta, como el Monopoly, el Catal o el Carcassonne.

A pesar de esa apertura a un público menos focalizado, el género especializado sigue siendo el que sustenta el negocio. El freak. Ese término, tan inculcado en este submundo como inicialmente despectivo, es campo de batalla para cualquier persona relacionada con el juego, sobretodo en su vertiente fantástica. Muchos se autodefinen como tal sin pudor ni resignación, otros se rebelan contra esa etiqueta que consideran injusta. Cesc no lo tiene claro, lo que sí sabe es que gracias a ese grupo de personas el negocio es rentable. Las editoriales, principalmente Devir y Esdege, buscan compaginar los nuevos nichos de mercado con la fidelización del freak. Las ampliaciones de los juegos de rol basados en relatos fantásticos son los que tienen los precios más altos. Miro la primera estantería que queda a mi alcance, que es la de los precios desorbitados: Descent, viaje a las tinieblas, 79,95€. Prisión Outbreak, Zombicide, 89,92€. Estos juegos son los que hacen que haya clientes todos los días del año, más allá de los momentos mediáticos como Sant Jordi o la propia apertura de la tienda.

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Cuando Gigamesh abrió sus puertas el pasado sábado, su propietario Alejo Cuervo hizo unas declaraciones en el Telenotícies Vespre de TV3 en las que defendía el público freak, y reivindicaba su papel activo como aficionado y su gran creatividad. Lo dijo disfrazado de Papa de Roma. Aquí Cesc también lo tiene claro: una cosa es el circo mediático y la otra el día a día de una tienda. Puede ser que su jefe se vista de Papa y no cree que esté mal, él mismo colaboró con Chiquilicuatre, el personaje del programa de Andreu Buenafuente que acabó perfectamente adaptado a un entorno freak como el Festival de Eurovisión. Pero esa vertiente mediática no es la importante, la que importa es la de fidelizar los clientes y conseguir mantenerse.

Cesc cuenta que él, a pesar de ser el encargado de la sección de los juegos, no es el que los escoge en su totalidad. Se fía mucho de las editoriales y su filtro, y las dos grandes empresas que nutren lúdicamente la tienda (Devir y Esdege) son las que distribuyen los juegos que creen convenientes. Cesc los prueba asiduamente con alguno de los compañeros de Gigamesh, pero evidentemente no da de sí para la retahíla de juegos que llena las estanterías, ni para ser un especialista sin fisuras en los juegos más complejos. Gigamesh, aparte de una tienda, es también un sello editorial que debe media vida a George RR Martin. La saga de Juego de Tronos, que ha editado en castellano y catalán, ha vendido un millón 300.000 ejemplares des que se empezó a comercializar hace 10 años. El auge de la saga, que ha coincidido con la adaptación televisiva en forma de serie de la historia, ha ayudado a vender libros a chorros y así encontrar un método para financiar la tienda.

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El establecimiento tiene una sala en el fondo del espacio con mesas y sillas. Le pregunto a Cesc si allí se podrá jugar. Está un poco ausente: le veo mucho más pendiente de recolocar cosas de los estantes y alinear correctamente los libros que de mi inquietud sobre la funcionalidad de la sala de mesas y sillas. Me responde que no, que no han dado la posibilidad de jugar porque si no tendrían ahí unas cuantas personas que vendrían todos los días, y que no levantarían el culo de la silla en horas. No le parece mala idea ofrecer la posibilidad de probar los juegos, pero veo que le causa cierto estupor la idea de tener mil cajas y tableros abiertos con multitud de piezas esparcidas sobre las mesas con el riesgo de perder alguna. Mi impresión es que tardará mucho en tomar esa iniciativa. De momento la sala se usa como sala de presentaciones y firma de libros. El día de la inauguración de la tienda, por ejemplo, vino Marc Pastor. La utilidad que se le quiere dar es ésta y punto.

Cuando me voy, me parece que Cesc sigue un poco acaparado y con más trabajo del que puede soportar. Me cuesta de entender, ya que el local está prácticamente vacío y hay más trabajadores que clientes, es una mañana de un día laborable, muy lejos de cualquier hora punta o momentos de estrés. No obstante, supongo que la inmensidad del local le hace sentirse raro y con demasiadas cosas que hacer. Cuando está en el mostrador de la parte trasera no sólo asesora a los clientes de la zona de juego, sino que también debe atender a los del estante de libros fantásticos. El servidor informático cayó ayer y tienen cosas por arreglar. Gigamesh ha empezado de nuevo su andadura y parece que el público, poco a poco, irá respondiendo, sea cual sea su etiqueta e independientemente de su aspecto o su freakismo. Cuando salgo, veo que el cartel de la entrada define Gigamesh como un espacio de vicio y subcultura. Me pregunto si la autoimposición de ese prefijo que pone a la literatura fantástica y los juegos por debajo la cultura parte de una creencia propia o de un estigma que ya es imborrable, tanto que sus propios protagonistas y percusores de ese mundo parecen necesitarlo para definirse. Sea como sea, Gigamesh asegura que siempre habrá juegos dispuestos a ser descubiertos en sus estantes. Sea subcultural o no, el mundo jugón ya tiene otro local de referencia.

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Texto y forografías: Oriol Soler

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